
Palabrejo al canto. Pero no es para menos. No hay nada más absurdo que acudir al especialista en busca de asesoramiento y desoír sus consejos. El mundo está lleno de incautos aprendices de comunicadores cuyos egos anegan las estrategias más sensatas y oportunas. En el mundo de la comunicación nos encontramos cientos de estos cada día porque la ignorancia es atrevida y los complejos de incapacidad, universales (aunque se intentan ocultar de muy diversas fomas).
Los asesores de comunicación nos encontramos innecesariamente con personajes empresariales que por, detentar cargo oficial pomposo (y generalmente en inglés), creen tener la varita mágica de la sapiencia absoluta en todos los terrenos del saber, algo impensable en pleno siglo XXI en el que la especialización es la clave del conocimiento. Y, más aún en este terreno, en el que el don natural de comunicarnos nos hace merecedores, según opinión popular, de ser expertos en la material. Pero, ¡ah, incautos! Nada más lejos de la realidad.
Cuando en comunicación se recurre a la asesoría de los expertos en la materia es para dejarse asesorar, si no ¡desasesorate! (palabrejo que no existe y que nos acabamos de inventar con el único objetivo de despertar tu rabia) y ahorrarás un buen capital (tan necesario en estos momentos delicados) Pero no intentes convencer al experto de que lo que tú fuerzas a hacer es lo oportuno. El asesor puede ser sumiso (algunas cuentas de resultados así lo exigen) pero seguro que no es estúpido. Y, ojo al dato, si las cosas salen mal ya sabes a dónde mirar: date la vuelta a los ojos y mira hacia dentro que seguro que encuentras al máximo responsable (aunque con tus amiguetes sociales insistas en que los asesores de comunicación no se enteran…)
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